Nada más acabar el Masters de Augusta de 2017, Jon Rahm decidió que debía prepararlo de otra manera. Las sensaciones y los números no dejaban lugar a la duda. Su parcial de ocho sobre el par en los tres últimos hoyos durante los cuatro días reflejaba que había llegado con la gasolina justa. La hoja de ruta debía cambiar.

Así, desde aquel lunes posterior al Masters comenzó a pensar en otra vía, a diseñar un plan de ataque diferente para Augusta. Y así ha sido. Ha llegado mucho más descansado. Apenas ha jugado dos semanas de las últimas siete semanas y lleva en la pequeña ciudad de Atlanta instalado desde el martes anterior. Vino para jugar un par de días de prácticas y decidió quedarse alojado con su buen amigo Wesley Bryan para evitarse una paliza doble de avión.

Además, Jon ha trabajado de una manera específica el físico en los últimos meses. El objetivo ha sido ganar fortaleza en los músculos que conectan las caderas. La idea era reforzar las abdominales y los glúteos para conseguir un extra de potencia en caso de necesidad. “Le estoy pegando más fuerte que el año pasado”, afirma.

Rahm, por tanto, llega objetivamente mejor preparado que en 2017, algo que sin duda ya es un paso adelante, aunque tampoco es garantía de éxito. La realidad, en cualquier caso, es que hay feeling entre Augusta y Jon. Se gustan. Al golfista de Barrika le motiva la exigencia del campo del Masters, sobre todo con el juego corto y tiene ganas de demostrar que su juego se adapta bien a lo que pide el recorrido de Atlanta.

Para afrontar el desafío, tendrá una compañía de lujo. Curiosamente, repite con Rory McIlroy en las dos primeras jornadas, como hace un año, y además jugará con el australiano Adam Scott, uno de los jugadores que puede presumir de haber ganado una Chaqueta Verde.

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